Por: Daniel Saldaña Ocaña
Director de Comunicación y Marketing
Estudiante del grado en Estudios Internacionales en la UAM
Un pequeño país con un gran poder
La isla de Taiwán, localizada en pleno mar de la China meridional y con poco más de 23 millones de habitantes, se ha convertido en una pieza clave en el complicado tablero de ajedrez geopolítico global actual. A pesar de su pequeño tamaño y de no ser oficialmente reconocida como país independiente alejado de la órbita China por la mayoría del mundo, la isla ha encontrado una forma inesperada para su defensa y relevancia internacional: los semiconductores. Los analistas y los medios han llamado a este fenómeno el “escudo de silicio”, una barrera no física pero sumamente poderosa que ayuda a disuadir posibles agresiones, en especial por parte del gigante chino. En un mundo donde los recursos naturales se han convertido clave y objeto de disputa global, Taiwán se posiciona en una situación más que aventajada en el mundo de la tecnología global.[1]
“El Escudo de Silicio”: Chips en lugar de cañones
Esta pequeña isla no necesita un gran despliegue defensivo, ni tecnología militar de punta para disuadir, tanto a la china de Xi Jinping como a toda la comunidad internacional en su conjunto. Su verdadera arma está en los laboratorios y fábricas: el dominio casi total de la producción mundial de semiconductores, el cual ha generado un giro sin precedentes en su historia. En un mundo hiperconectado, los microchips son el corazón invisible que impulsa desde smartphones e instrumental médico hasta sistemas de navegación y plataformas de defensa. Sin ellos, todo se detiene [2]
Fabricar chips puede parecer una tarea técnica más dentro de la cadena industrial, pero es, en realidad, uno de los pilares estratégicos de la economía global actual. Desde el complicado debate de las tierras raras en Ucrania, hasta los conflictos en la República Democrática del Congo por la explotación de minerales como el cobalto. Así, estas “maldiciones de los recursos naturales” visible en diferentes partes del mundo, han podido demostrar tanto a los políticos como a la opinión pública, que el tema del patrimonio natural – junto a su uso y explotación – es un elemento clave dentro de las preocupaciones internacionales de búsqueda de poder.
El rol de la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company
En el corazón de este escudo y con una cuota de mercado que alcanza el 67,1% mundial, está la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC), un “gigante silencioso” en el sector de la tecnología mundial. Su liderazgo tecnológico, capaz de fabricar chips de 5 y 3 nanómetros, no tiene competencia, ni siquiera por parte de China o Estados Unidos. La TSMC no es solo una empresa más de tecnología, es una de las piedras angulares en el ecosistema tecnológico que mantiene la economía mundial. Gigantes tecnológicos como el gran Apple, Nvidia, o incluso el Pentágono estadounidense dependen de sus fábricas para poder continuar en su cadena de producción. [3]
La expansión de TSMC no es fruto del azar. Se sustenta en una inversión en investigación y desarrollo que supera a la de muchos países, y en un capital humano altamente cualificado que la convierte en una empresa difícil de replicar. Este crecimiento sostenido ha llevado a la compañía a iniciar la construcción de plantas en Estados Unidos y Japón, en una estrategia que combina ambición tecnológica con diplomacia geoeconómica. Más allá de fortalecer su posición en el mercado, esta expansión envía un mensaje político: Taiwán busca afianzar su relación con aliados estratégicos y, al mismo tiempo, reducir su dependencia del escenario regional frente a la amenaza constante de China.[4]
China y la isla de Taiwán: enemigos históricos
Las disputas entre Taiwán y China no son un fenómeno reciente. Sus orígenes se remontan a 1949, al final de la guerra civil china. Tras años de enfrentamientos, el Partido Comunista, liderado por Mao Zedong, tomó el control del continente y proclamó la República Popular China. El gobierno derrotado del Kuomintang, bajo el mando de Chiang Kai-shek, se refugió en la isla de Taiwán, donde estableció un gobierno provisional con la esperanza de recuperar algún día el poder en Pekín.
Ese “algún día” nunca llegó. Con el tiempo, Taiwán dejó atrás la dictadura militar y se transformó en una democracia moderna. Aunque conserva el nombre oficial de “República de China”, hoy opera como un Estado soberano de facto: con elecciones libres armadas y una política exterior autónoma, aunque severamente limitada por el aislamiento diplomático impuesto por Pekín. China, por su parte, nunca ha renunciado a su reclamo. Considera a Taiwán una provincia separatista y ha reiterado que, si es necesario, utilizará la fuerza para reincorporarla. La política de “una sola China”, aceptada por la mayoría de los países del mundo, dificulta que la isla obtenga reconocimiento oficial, aunque en la práctica muchas naciones mantienen lazos comerciales, tecnológicos y estratégicos con Taipéi.
En los últimos años, con el ascenso de Xi Jinping y su visión de una China más influyente y poderosa, las tensiones han vuelto a escalar. Incursiones militares cerca de la isla que usan como escenario principal el mar, ciberataques y campañas de presión diplomática se han convertido en parte del día a día taiwanés. Aun así, una invasión abierta sigue siendo una línea roja, en gran parte gracias al llamado escudo de silicio que hoy sostiene el delicado equilibrio en la región. [5]
¿Un escudo con fecha de caducidad?
Sin embargo, este “escudo de silicio” que durante años ha protegido a Taiwán frente a las ambiciones de Pekín comienza a mostrar grietas. Con la vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca, la política exterior de Estados Unidos ha adoptado un enfoque más crudo y transaccional, donde los principios ceden ante los beneficios. En este nuevo paradigma, las alianzas estratégicas dependen de su rentabilidad. Y Taiwán lo sabe: sin su industria de chips, su valor geopolítico se desvanece.
La multimillonaria inversión anunciada por TSMC en Estados Unidos, recibida con entusiasmo por Trump, puede verse como un triunfo para Washington, pero también como una señal inquietante para Taipéi. Si la producción de semiconductores de vanguardia comienza a trasladarse fuera de la isla, el escudo pierde su fuerza disuasoria. Y sin ese escudo, Taiwán queda más vulnerable frente a China. A esto se suman decisiones que han encendido aún más las alertas, como la reciente imposición de un arancel del 32% a productos taiwaneses (con la excepción de los chips), una medida que Trump justificó alegando que la isla no contribuye lo suficiente a su propia defensa. El gesto fue claro: ni siquiera los socios estratégicos están exentos de la lógica del intercambio. La protección tiene un precio.[6]
En este escenario cambiante, donde las declaraciones diplomáticas se contradicen y las posturas oficiales se redefinen cada semana, Taiwán solo cuenta con una certeza: su utilidad. Mientras genere valor, será defendida. Pero en la partida de poder entre Estados Unidos y China, la isla corre el riesgo de dejar de ser un actor y convertirse en una ficha más sobre el tablero.
Y el tiempo corre.
Bibliografía
[1] The Economist (2024). Taiwan’s silicon shield: technology as defense. Publicado en marzo de 2024. https://www.economist.com
[2] Chatham House (2022). Semiconductors and Geopolitics: Why Taiwan Matters. https://www.chathamhouse.org
[3] Focus Taiwan (2025). “TSMC holds 67.1% of global semiconductor foundry market share in Q4 2024”. https://focustaiwan.tw
[4] Bloomberg (2024). “TSMC Expands Globally with $100 Billion Investment Strategy”. Recuperado de: https://www.bloomberg.com
[5] BBC Mundo (2023), “Qué es el ‘escudo de silicio’ que protege a Taiwán de una invasión china”. https://www.bbc.com/mundo/noticias-58904554
[6]El Confidencial (2025), “Hoy te quiero, mañana me olvido de ti: ¿qué quiere realmente Trump de Taiwán? https://www.elconfidencial.com/mundo/2025-03-09/que-quiere-realmente-trump-taiwan_4079787/
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