Por: Jimena Escalante Pérez
Miembro del Departamento de Comunicación y Marketing
Estudiante del grado en Estudios Internacionales en la UAM
En cuestión de pocos años, el fentanilo ha desplazado a otras drogas, como la cocaína y la marihuana, ha redefinido las reglas del narcotráfico y ha encendido alarmas en las esferas diplomáticas y de seguridad. Este opioide se ha convertido en el rostro más visible de una crisis de salud pública en Estados Unidos. Pero más allá de su letalidad, esta droga ha desatado un conflicto entre México y Estados Unidos, el cual ya no gira únicamente en torno a drogas, sino que involucra disputas sobre soberanía, cooperación binacional fallida y una economía cada vez más transnacional.
Este artículo explora cómo la llamada “guerra contra el fentanilo” está transformando las relaciones bilaterales, impulsando nuevos mecanismos de presión política y revelando las profundas asimetrías entre un país consumidor en crisis y un país productor atrapado entre la violencia interna y las demandas externas.
Qué es el fentanilo y por qué importa
El fentanilo es un fármaco sintético que se receta a pacientes con dolores intensos. Es aproximadamente 100 veces más potente que la morfina y 50 veces más potente que la heroína, por lo que es altamente adictivo y, en caso de sobredosis, puede llevar a la muerte[1]. Ilegalmente, se vende en forma de polvo o camuflada en envases de gotas para los ojos, sprays nasales o en pastillas parecidas a otros opioides recetados. Este fentanilo ilegal se mezcla con otras drogas como la heroína, la cocaína, MDMA; esto acaba resultando especialmente peligroso para las persona que consumen drogas, ya que no saben que la sustancia que consumen contiene fentanilo, debido a su falta de olor que hace que la detección, y la incautación, sean tareas difíciles[2].Su fabricación se da en laboratorios de bajo costo y de rápida instalación.
Rutas, actores y el negocio transnacional
Una de las razones por las que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha impuesto altos aranceles a países como México, Canadá y China es porque, bajo su punto de vista, estos países permiten el flujo de fentanilo a Estados Unidos[3].
El fentanilo llegó a Sinaloa desde China en el año 2013. Según asegura Dámaso López Serrano, El Mini Lic, de China se trajo la base, ya que sus ingredientes son producidos en gran medida por compañías chinas, pero en México se empezó a fabricar en laboratorios clandestinos, principalmente controlados por los cárteles de Sinaloa y Jalisco. El narco mexicano se ha acabado adaptando: ya no solo siembra, sino que ahora sintetiza. Ya en 2014, el cartel de Sinaloa invertía aproximadamente 350 mil dólares en su fabricación y, en Estados Unidos, lo vendían por el doble de dinero que en México[4]. Se podría decir que el fentanilo ha convertido a los cárteles en actores geoeconómicos, casi corporativos.
Estados Unidos: crisis de salud pública y presión diplomática
A pesar de su letalidad, con más de 70.000 muertes anuales por sobredosis solamente en Estados Unidos, aún existe una alta demanda. Esta emergencia sanitaria, se ha traducido en un asunto prioritario de la política exterior de Washington. El flujo de este opioide hacia territorio estadounidense está siendo interpretado como una amenaza que exige respuestas económicas, diplomáticas e incluso militares.
Según analistas, el problema no radica exclusivamente en la existencia de los cárteles mexicanos, sino en la existencia de un consumo masivo y de mercado, ya que mientras exista una base tan amplia de consumidores, es inevitable que surjan proveedores para satisfacer este consumo.
Un dato clave que desmitifica parte del discurso dominante de EE.UU. es que la mayoría de personas que introducen opiáceos sintéticos en el país no son inmigrantes ilegales, como ha sugerido la administración Trump, sino que la droga suele entrar a través de los puertos de entrada legales, principalmente por California y Arizona, y que los traficantes son en su mayoría ciudadanos estadounidenses, los cuales muchas veces son empleados por los cárteles para hacer de mulas de fentanilo[3].
Aún así, el fenómeno ha sido politizado hasta el extremo. El movimiento MAGA ha llegado a proponer ataques militares selectivos en territorio mexicano para desestabilizar al narco. Esta posibilidad fue calificada como “absolutamente inaceptable y contrario al derecho internacional” por Gerónimo Gutiérrez, embajador en Washington durante la primera presidencia de Trump, quien advirtió que tal acción representaría un gran golpe para la importante relación bilateral de los países[5].
En febrero de este año, Trump designó a ocho grupos criminales, incluidos los cárteles de Sinaloa, Jalisco Nueva Generación, los Zetas, la Nueva Familia Michoacana entre otros, como organizaciones terroristas. Esta categorización fue vista como un posible antecedente para el uso de la fuerza militar estadounidense. De hecho, informes recientes señalan que la CIA ha desplegado drones MQ-9 Reaper para misiones de vigilancia.Sin embargo, la capacidad de estos drones de portar armamento genera inquietud sobre una posible escalada. De llevarse a cabo sin el permiso formal del gobierno mexicano se consideraría una violación de la soberanía mexicana, con implicaciones directas en el ámbito del derecho internacional[6].
México: soberanía y violencia
Durante mucho tiempo, la estrategia mexicana para combatir la delincuencia organizada, se ha centrado en atacar a los líderes de los cárteles para así debilitar su control sobre grandes áreas del territorio. Sin embargo, esta política ha tenido efectos contraproducentes, ya que en lugar de disminuir la violencia, ha provocado la fragmentación de los cárteles en grupos más pequeños, más desorganizados y violentos[7].
Un ejemplo reciente ilustra este fenómeno: en julio de 2024 se capturó en territorio estadounidense a Ismael “El Mayo” Zambada, líder del cártel de Sinaloa, lo que provocó un conflicto que dejó al menos 600 muertos. Esta cifra se suma a una tendencia alarmante: México registra una media de 100 homicidios diarios, vinculados a la violencia que genera el negocio del fentanilo[7].
A nivel operativo, el combate al tráfico de fentanilo se ha intensificado desde la llegada a la presidencia de Claudia Sheinbaum. Su administración ha tomado medidas muy drásticas, dejando atrás la política de “Abrazos, no balazos” propia del expresidente Andrés Manuel López Obrador, quien en ocasiones llegó a negar que el fentanilo se produjese en México. Las fuerzas de seguridad mexicanas han adoptado un enfoque mucho más agresivo: solo el diciembre pasado se decomisó más de una tonelada de pastillas de fentanilo, la mayor incautación registrada en el país[8].
Desde la investidura de Donald Trump en enero, Sheinbaum ha buscado contener la presión diplomática y mediática. Ha entregado a 29 capos del narcotráfico, ha desplegado más de 10.000 efectivos militares en la frontera entre ambos países, ha decomisado números históricos de esta droga y ha permitido la presencia estadounidense en su espacio aéreo, logrando que el tráfico se reduzca en un 64%, según datos oficiales[9]. A cambio, Estados Unidos se ha comprometido a frenar el tráfico de armas hacia México, un elemento clave que ha nutrido a los cárteles.
No obstante, México sigue enfrentando grandes obstáculos para demostrar que está cumpliendo con las exigencias de la nueva administración estadounidense, debido a que la producción de fentanilo es barata, su transporte es difícil de detectar y la demanda sigue siendo enorme[3].
Además, el dinero del narco ha transformado la economía de los estados norteños. La renta generada por el tráfico del fentanilo ha impulsado negocios y dinamizado sectores, aparentemente legales. Pero esta “bonanza” ha tenido un precio: ha fortalecido las estructuras del crimen organizado, perpetuando la violencia y socavando los esfuerzos institucionales para frenar la inseguridad[10].
Conclusión
La guerra contra el fentanilo no se libra únicamente en los laboratorios clandestinos, sino que también en las mesas de negociación diplomática, en los discursos políticos y en los flujos económicos paralelos que atraviesan la frontera. A diferencia de los conflictos antidrogas del pasado, esta nueva fase está marcada por una sofisticación tecnológica y química, la fragmentación del crimen organizado y la creciente presión de Estados Unidos.
México, por su parte, se enfrenta al desafío de contener una industria criminal cada vez más tecnificada, sin perder el control de su soberanía ni ceder ante demandas que a menudo ignoran raíces compartidas del problema.
La pregunta que queda abierta es si ambos países están dispuestos a replantear la estrategia, enfocando el problema como un fenómeno que exige un enfoque conjunto, integral y, sobre todo, humano. Porque, más allá del número de víctimas, el fentanilo expone los límites de un sistema que no se ha sabido adaptar a las nuevas formas del crimen transnacional y la desigualdad.
Bibliografía
[1] Fentanyl
[2] El fentanilo – DrugFacts | National Institute on Drug Abuse (NIDA).
[3] Por qué es tan difícil detener el flujo de fentanilo en EE. UU. – The New York Times
[4] La producción de fentanilo está «más fuerte que antes», asegura «El Mini Lic» – Proceso
[7] Fentanilo: la clave de la guerra y de la paz entre Estados Unidos y México | EL PAÍS México
[8] ¿Cómo llega el fentanilo a Estados Unidos? Esto es lo que hay que saber – Proceso
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